Tengo una debilidad y creo que me viene por parte de padre, me encanta mirar a la gente, no lo puedo evitar. Mirada curiosa, mirada adivinatoria, mirada imaginativa, ¿a veces mirada crítica? Probablemente sí. Cuando voy en el metro, cuando camino por la calle, me encanta observar a la gente, sus similitudes y sus diferencias. En Londres además es mucho más satisfactorio que en Valladolid, porque la variedad y la multiculturalidad lo hacen mucho más interesante.
Sin embargo, me he cazado a mí misma en más de una ocasión, lanzando críticas bastante condescendientes a los demás, dejando a un lado esa curiosidad benigna y dando paso a la condescendencia y la envidia. Normalmente cuando hablamos u opinamos negativamente a cerca de otras personas es una de dos, porque pensamos que lo que están haciendo no está bien y nos encantaría decirles como hacer las cosas «bien», es decir, a nuestra manera, o bien porque ellos hacen cosas que nosotros no hacemos y a pesar de que hayamos racionalizado un porqué no las hacemos, a menudo es una falta de coraje que ellos sí tienen.
Os pondré algunos ejemplos, seguro que alguno os resultará familiar:
«mira cómo va vestida esa chica, no se da cuenta de que esos pantalones le quedan fatal y se le marca toda la celulitis?» «fíjate en -la pareja x- dicen que su hijo duerme con ellos y van de listos diciendo que no come gominolas, se creerán que son mejores padres», «mira el tío que va ahí sentado en el metro, va de traje y maletín como si fuese un gran banquero y seguro que es un mindundi que trabaja de comercial», «¿sabes que fulanito ha dejado su trabajo para montarselo por su cuenta? se creerá que es fácil, si fuese fácil lo haríamos los demás».
¿Os suena? ¿alguna vez habéis oído estos comentarios salir de la boca de alguien o resonar en vuestra propia cabeza? Os voy a proponer hacer el ejercicio de intentar cambiar estos pensamientos cuando los veamos venir, en modo efecto boomerang, para que se vayan por donde llegan:
«mira cómo va vestida esa chica, no se da cuenta de que esos pantalones le quedan fatal y se le marca toda la celulitis?» -> «ves, todas tenemos celulitis, tengo que intentar dejar de preocuparme por ello y disfrutar más poniéndome lo que me dé la gana. Me alegra ver a esa chica que se acepta, voy a intentar hacer yo lo mismo y ser más feliz».
«fíjate en -la pareja x- dicen que su hijo duerme con ellos y van de listos diciendo que no come gominolas, se creerán que son mejores padres» -> «si ellos lo hacen de forma diferente y parecen convencidos de estar haciéndolo bien ¿por qué será? ¿estaré yo equivocado? no quiero que me vean como a un raro, pero igual es cierto que no dar gominolas a un niño tiene sentido… tengo que investigar eso más».
«mira el tío que va ahí sentado en el metro, va de traje y maletín como si fuese un gran banquero y seguro que es un mindundi que trabaja de comercial» ->«me pregunto dónde trabajará este hombre, igual es un comercial o igual es uno de los hombres más ricos del mundo… Qué curioso que gente con vidas tan diferentes parezcamos tan similares, aunque me pregunto quién de los dos sería más feliz, el comercial o el millonario».
«¿sabes que fulanito ha dejado su trabajo para montarselo por su cuenta? se creerá que es fácil, si fuese fácil lo haríamos los demás» -> «joe fulanito, qué valiente, si no fuese porque me da miedo yo haría lo mismo, estoy harto del trabajo ¿será muy difícil? a ver si le doy la enhorabuena y le pregunto sobre sus planes».
¿Notáis alguna diferencia entre ambos discursos? ¿Esa diferencia dónde está? Aquí está la clave, la diferencia no está fuera de nosotros, ya que esas personas a las que vemos, de las que hablamos o en las que pensamos son exactamente iguales, pensemos lo que pensemos de ellas. A fulanito no eres tú ni tu opinión quién le hace pretencioso o valiente, al fin y al cabo, tu opinión no le afecta. La diferencia no está en ellos, sino en nosotros, pero para llegar a este segundo tipo de juicio hay que entrenar un poco la autoexploración y aceptar que no tenemos la verdad absoluta ni la fórmula del éxito. Y os confieso que a pesar de lo que creamos, es una experiencia liberadora.
Esto también es importante. Pensamos que cuando criticamos a otros el mal lo reciben ellos y no nos damos cuenta de que esa crítica destructiva, esa visión negativa del mundo solo impacta en nosotros mismos. El criticar a los demás es en realidad un sobre esfuerzo de reafirmación personal. Sin embargo, no hay experiencia en la vida que aporte más paz que admitir nuestros fallos y nuestras debilidades y dejar de pretender que todo está bien, que no tenemos miedos y que cuando alguien hace algo diferente son ellos los que cometen un error.
El otro día posteaba en facebook –podéis leerlo aquí– como he decidido personalmente hacer la campaña #mujerpoderosa. Consiste en cada vez que fije mi mente en una mujer desconocida, voy a intentar decirme la frase «es una mujer poderosa» y pensar en como todas tenemos nuestras luchas diarias e intentamos siempre hacer las cosas lo mejor que podemos dentro de nuestras posibilidades. Quiero pensar eso de todas ellas, es más, elijo pensar eso. Y eso, como diría Villaseca «no te lo creas, verificalo», me empodera, me da seguridad en mí misma y me hace sentir más positiva y feliz.
Otro truco que he probado y que me ha encantado ha sido pensar en que las personas que me encuentro por la calle podrian ser mis familiares cercanos. Cuando me cruzo con alguien y un pensamiento negativo pasa por mi mente, pienso ¿y si fuese mi madre/padre/hermano? Ese sentimiento es muy poderoso también. Este argumento apela la empatía de una forma bestial. En el metro de Londres hay carteles para fomentar el buen trato a los empleados por parte de los ciudadanos, en los que se ven niños pidiendo que traten bien a sus padres. Me parece un mensaje muy bueno, como dice Gemma Fillol, el marketing de las emociones. Yo misma lo he utilizado en clase para explicar a mis alumnos cómo no tienen que reirse de nadie por hablar con un acento extranjero, intentando hacerles ver que ya que el 80-90% de sus familias vienen de fuera, no se sentirían sentirían bien si alguien se riese de su madre o de su padre en el trabajo por no hablar bien inglés o por tener acento… la expresión de sus caras ante este argumento cambia de forma radical, os lo prometo.
Por esto te invito a que te unas a mis campañas personales y me cuentes qué notas, cómo te sientes. Recuerda:
#mujerespoderosas #podríasermifamilia
¡Nos leemos!
Gracias Marina por este post. Me ha hecho reflexionar sobre las críticas que emitimos a veces sin tener en cuenta a otras personas, es decir no tener empatía y creernos con la superioridad de emitir juicios u opiniones.
Me gusta #mujerespoderosas y #podríasermifamilia. Un ejercicio para aplicar día a día.
Un abrazo!
Gracias por tu comentario Sara. Sin ninguna duda… Pero también es importante no ser duros con nosotros mismos al respecto. Siempre que intentemos cada vez hacerlo un poquito mejor, todo estará bien. Un abazo!